EL PAISAJE
El espacio donde vivimos, en el que se desarrolla la vida, es la biosfera, apenas unos centenares de metros por encima y por debajo de la superficie de la tierra y de las masas de agua. Lo definen y componen un conjunto de elementos variados y diversos: geográficos, climatológicos, geológicos, orográficos, topográficos, flora, fauna y, por supuesto, las actuaciones humanas, la agricultura, ganadería, actividades industriales, viviendas, vías de comunicación, tendidos eléctricos, etcétera. Todo este conjunto y sus interacciones constituyen el paisaje; pero ese espacio solo puede ser considerado como tal cuando lo observamos. Nuestra mirada es la que hace el paisaje.
El paisaje es infinito y diverso porque sus elementos pueden a su vez ser muy variables. Pensemos, por ejemplo, en las luces: cada hora, cada día, en cada época, en cada latitud, nos ofrece paisajes diferentes. Pero a ello hay que sumar la percepción del observador, de cada cual, su estado de ánimo, su 13 intención, su sensibilidad… Y en el caso de la obra de un artista, pongamos fotógrafo o pintor, habría que añadir el estilo, la técnica, la destreza, el formato…
Viene esta reflexión previa a justificar que es imposible abarcar con una muestra la impronta del paisaje de alguna parte. Por tanto, esta obra que presento no pretende alcanzar la extensa y rica variedad paisajística de nuestra tierra; más bien se trata de fogonazos de lugares y momentos que me han transmitido alguna emoción especial que ni yo mismo soy capaz de definir. Son una invitación a disfrutar de instantes que regala Extremadura a cualquiera que la recorra y mire a su alrededor.
Riscos agrestes en los que el matorral y las rocas son protagonistas de lo cercano, pero que a la vez se transforman en observatorios privilegiados de las llanuras que los rodean, más o menos arboladas, donde la vista se pierde proporcionando sensaciones especiales de reposo y tranquilidad.
Igualmente, transitar nuestra geografía supone atravesar nuestras dehesas, el bosque mediterráneo de encinas y alcornoques que ha sido aclarado por el hombre para favorecer los aprovechamientos ganaderos. Se conforman así en paisajes peculiares y heterogéneos, agroecosistemas atractivos en cualquier época del año y a cualquier hora del día, sobre todo durante las primaveras lluviosas.
Asimismo, nos salen al encuentro las campiñas cultivadas, llanuras unduladas en las que el territorio se cuartea en numerosas parcelas formando mosaicos de diferentes tonos según los cultivos, sean cebada, trigo, avena, oleaginosas, legumbres, pastos, olivares, viñedos. Indudablemente es un paisaje antropomorfo, de singular belleza, que transmite sensaciones de paz y sosiego, quizá porque nos dan noticia de una futura provisión de alimentos.
Cuando bajamos a nuestras vegas de regadío se impone el verde de los cultivos intensivos, verdaderas alfombras cuya producción de hortalizas, frutas, arrozales y cereales se dirige a nuestras mesas. Un tomatal es un paisaje a mitad de camino con un bodegón, igual que ocurre con un campo de coles o brócolis o pimientos. El viñedo brinda sus racimos a la sombra de la fronda de sus hojas, anunciando deliciosos caldos, lubricantes de nuestras relaciones y de nuestra cultura.
14 Los ríos, arterias que llevan y recogen la sangre del agua a todo el territorio, forman corredores verdes en cuyas orillas la vida se vuelve segura. Ya sean aguas tranquilas o más movidas, los ríos son refugio indudable de una flora diversa y de indudable belleza, en los que las luces y el agua juegan a espejos o a trasparencias. Otras veces es el movimiento de las copas de los árboles, de los matorrales o de la vegetación acuática, el que da a estos espacios una magia propia.
Por último, Extremadura, con un clima de largos veranos secos y cálidos, en las llanuras con escaso arbolado presenta paisajes esteparios, duros, a la par que inquietantes y atractivos. Hablamos, por ejemplo, de la Serena, donde la roca aflora a la superficie a modo de «dientes de perro», únicos referentes verticales a los pastos escasos y adustos. En los veranos y principios del otoño, el ocre se apodera del paisaje y las luces reverberan en horizontes infinitos, difuminados. Aparentemente inhóspitos, tienen sin embargo un atractivo extraño, casi mágico.
El paisaje en el arte como sujeto de las obras, al menos en Occidente, es un bien tardío. Hasta hace relativamente poco se consideraba o bien un género menor o solo tenía sentido en cuanto escenario o fondo de obras que contaban historias del hombre, religiosas, mitológicas… Actualmente el concepto de paisaje ya no tiene que ser acompañamiento de la narrativa humana, sino una rama del arte más complejo y autónomo. Quizá tenga que ver con la mayor percepción social del paisaje en sí mismo. No en vano, hay que señalar que hace relativamente poco el paisaje ha sido considerado un valor jurídico (Tratado de Florencia del Consejo de Europa, octubre 2000).
El incremento progresivo de actividades humanas ligadas al paisaje, rutas, marchas, caminatas, cicloturismo, están haciendo que el paisaje tenga una valoración creciente y su contemplación y representación, cualquiera que sea la forma de hacerlo, también. Disponemos a nuestro alrededor de una variedad enorme de paisajes, un mundo de sensaciones y experiencias infinito, y tenemos la fortuna de poderlos disfrutar, también la obligación y la responsabilidad de protegerlos. Esta exposición es un pequeño apunte de esta diversidad.
R. de ARCOS
paisaje vario
Inauguración de la Exposición Asamblea
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